Enseñanzas de Cristo a los nefitas
El segundo DVD en la serie de Viaje de Fe debate el medio religioso, la cultura, el territorio y el idioma que rodeaban a los descendientes de Lehi y Saríah en el Nuevo Mundo. El hijo de Lehi, Nefi, empieza el relato del Libro de Mormón en el año 600 a.C., conservándolo al grabarlo en planchas de metal. La narración no salió a la luz hasta la década de 1820 cuando, por revelación divina, José Smith fue guiado a las planchas y las desenterró de una colina al norte del estado de Nueva York. De ellas, él tradujo el Libro de Mormón: Otro Testamento de Jesucristo.
El Libro de Mormón contiene relatos de varias personas diferentes, en un período de mil años, armonizados y compilados en una sola narración por un padre y su hijo, Mormón y Moroni, quienes vivieron alrededor del año 400 d.C., el que incluye la visita de Jesucristo al pueblo nefita en las Américas luego de Su resurrección.
Jesucristo le habla a Alma
Aproximadamente cien años antes de la llegada de Jesucristo al Nuevo Mundo, el profeta nefita, Alma, recibió una gran lección del Salvador acerca de Su Evangelio y los eventos del Juicio Final.
Porque he aquí, ésta es mi iglesia: Quienquiera que sea bautizado, será bautizado para arrepentimiento. Y aquel a quien recibas, deberá creer en mi nombre; y yo lo perdonaré liberalmente. Porque soy yo quien tomo sobre mí los pecados del mundo; porque soy yo el que he creado al hombre; y soy yo el que concedo un lugar a mi diestra al que crea hasta el fin. Porque he aquí, en mi nombre son llamados; y si me conocen, saldrán; y tendrán un lugar a mi diestra eternamente. (Mosíah 26:22–24).
Aunque más de la mitad de los versículos en el Libro de Mormón se refieren a Jesucristo, es en 3 Nefi 9–30, donde tenemos la mayoría de Sus enseñanzas.[1] En estos capítulos, el Señor Jesucristo visita y enseña a los descendientes de Lehi y a los demás familias migrantes. Estos israelitas trasplantados habían sobrevivido a los eventos cataclísmicos que sucedieron en la crucifixión y resurrección de Cristo.
Eventos cataclísmicos en la crucifixión de Cristo
El Nuevo Testamento registra tres horas de oscuridad, y después de eso,
“ el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; y la tierra tembló y las rocas se partieron; y se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos cque habían dormido se levantaron; y saliendo de los sepulcros, después de la resurrección de Jesús, vinieron a la santa ciudad y se aparecieron a muchos” (Mateo 27:45; 51–53; ver también Marcos 15:33, 38; Lucas 23:45–45).
Los pueblos del Libro de Mormón registraron un evento más extenso, incluso que “la faz de la tierra fue alterada”; “los torbellinos, y los truenos, y los relámpagos, y los sumamente violentos temblores de toda la tierra”. Éstos duraron tres horas, tiempo durante el cual algunas ciudades se incendiaron y otras fueron inundadas y algunas otras quemadas. Mientras que la oscuridad en Jerusalén duró tres terribles horas, en el Nuevo Mundo duró tres días, durante los cuales “no podía haber luz por causa de la obscuridad, ni velas, ni antorchas; ni podía encenderse el fuego con su leña menuda y bien seca, de modo que no podía haber ninguna luz” (3 Nefi 8:5-23).
El consuelo llegó con una voz del cielo que declaró: “He aquí, soy Jesucristo, el Hijo de Dios. Yo creé los cielos y la tierra, y todas las cosas que en ellos hay. Era con el Padre desde el principio. Yo soy en el Padre, y el Padre en mí; y en mí ha glorificado el Padre su nombre” (3 Nefi 9:15). E inmediatamente Él explica que la Ley de Moisés ya no tiene efecto, “porque he aquí, la redención viene por mí, y en mí se ha cumplido la ley de Moisés. … y me ofreceréis como sacrificio un corazón quebrantado y un espíritu contrito. Y al que venga a mí con un corazón quebrantado y un espíritu contrito, lo bautizaré con fuego y con el Espíritu Santo” (3 Nefi 9:17, 20).
Durante estos tres días de oscuridad, Cristo habla nuevamente a la gente con una voz desde el cielo. En Mateo 23:37, Él había amonestado a los habitantes de Jerusalén, “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que son enviados a ti! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!” Cuando habla a los habitantes del Nuevo Mundo, afirma su linaje israelita y amplía esta enseñanza. Es interesante tener en cuenta que Él también se dirigió a sus hermanos en Jerusalén.
¡Oh pueblo de estas grandes ciudades que han caído, que sois descendientes de Jacob, sí, que sois de la casa de Israel, cuántas veces os he juntado como la gallina junta sus polluelos bajo las alas, y os he nutrido! Y además, ¡cuántas veces os hubiera juntado como la gallina junta sus polluelos bajo las alas, oh pueblo de la casa de Israel que habéis caído; sí, oh pueblo de la casa de Israel que habitáis en Jerusalén, así como vosotros los que habéis caído; sí, cuántas veces os hubiera juntado como la gallina junta sus polluelos, y no quisisteis! ¡Oh vosotros de la casa de Israel a quienes he preservado, cuántas veces os juntaré como la gallina junta sus polluelos bajo las alas, si os arrepentís y volvéis a mí con íntegro propósito de corazón! (3 Nefi 10:4–6).
Cristo aparece a los nefitas: Día uno
Poco después de esto, cuando los fieles están reunidos––probablemente de todos los lugares afectados––en el templo de Abundancia, como sucediera unos años antes en Jerusalén en el bautismo de Cristo por Juan, el Padre––Elohim––presenta a Su Hijo Amado a los que estaban reunidos. “He aquí a mi Hijo Amado, en quien me complazco, en quien he glorificado mi nombre: a él oíd” (3 Nefi 11:7). Y el Salvador del Mundo llega, no como un bebé indefenso en un pesebre oscuro, escondido del mundo, sino que los testigos oculares registran que “vieron a un Hombre que descendía del cielo; y estaba vestido con una túnica blanca; y descendió y se puso en medio de ellos. Y los ojos de toda la multitud se fijaron en él, y no se atrevieron a abrir la boca, ni siquiera el uno al otro, y no sabían lo que significaba, porque suponían que era un ángel que se les había aparecido” (3 Nefi 11:8).
Jesús inmediatamente da testimonio de Sí mismo y Su misión divina, y ofrece las pruebas de Su crucifixión y resurrección, como hizo en Jerusalén, “Levantaos y venid a mí, para que metáis vuestras manos en mi costado, y para que también palpéis las marcas de los clavos en mis manos y en mis pies, a fin de que sepáis que soy el Dios de Israel, y el Dios de toda la tierra, y que he sido muerto por los pecados del mundo” (3 Nefi 11:14).
Cristo instituye el bautismo y declara Su doctrina
Como se realiza todas las cosas en orden en el Reino de Dios, Cristo, por lo tanto, llama y aparta a Nefi y a otros para que bauticen al pueblo “cuando yo haya ascendido al cielo otra vez”. Luego establece la manera en que se debe realizar los bautismos (por inmersión y por autoridad) ––una enseñanza que es seguida hoy en día en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Y luego declara la doctrina de Su reino (ver 3 Nefi 11:18-41).
Después de llamar y apartar a Doce Apóstoles, como hizo Él en Jerusalén, Jesus da a la gente reunida un sermón que puede ser comparado con el Sermón del Monte (ver Mateo 5–7). John W. Welch ha realizado un extenso estudio de ambos sermones, llamando al ofrecido en el Nuevo Mundo, el “Sermón en el Templo”.”[2] Como parte de esta publicación, Welch indica varias diferencias entre los dos discursos que tienen que ver, entre otras cosas, con (1) un marco pos-resurrección; (2) un marco nefita; (3) ramificaciones legales; (4) un marco organizacional de la Iglesia y (5) la ausencia de elementos anti-fariseos, anti-paulinos y anti-gentiles.[3] El Anexo de este libro tiene varias comparaciones paalelas muy útiles de los dos sermones.[4]
Jesucristo instruye a Sus apóstoles
Jesús concluye el sermón declarando una vez más a la congregación que la Ley de Moisés se cumple en Él. Se vuelve a los Doce y les enseña directamente, explicando la declaración registrada en Juan 10:16, “También tengo otras ovejas que no son de este redil; a aquéllas también debo traer, y oirán mi voz, y habrá un rebaño y un pastor”. Jesús les dice que como descendientes de Lehi y las demás familias migrantes, “Pero de cierto os digo que el Padre me ha mandado, y yo os lo digo, que fuisteis separados de entre ellos por motivo de su iniquidad; por tanto, es debido a su iniquidad que no saben de vosotros” (3 Nefi 15:19). Y es más,
Y en verdad, os digo, además, que el Padre ha separado de ellos a las otras tribus; y es a causa de su iniquidad que no saben de ellas. Y de cierto os digo que vosotros sois aquellos de quienes dije: Tengo otras ovejas que no son de este redil; aquéllas también debo yo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño y un pastor. Y no me comprendieron, porque pensaron que eran los gentiles; porque no entendieron que, por medio de su predicación, los gentiles se convertirían. Ni me entendieron que dije que oirán mi voz; ni me comprendieron que los gentiles en ningún tiempo habrían de oír mi voz; que no me manifestaría a ellos sino por el Espíritu Santo. Mas he aquí, vosotros habéis oído mi voz, y también me habéis visto; y sois mis ovejas, y contados sois entre los que el Padre me ha dado. (3 Nefi 15:20–24)
Cristo sana a los enfermos, bendice a los niños e instituye el sacramento
Tercer Nefi 16 trata de las enseñanzas relacionadas a los gentiles. En el capítulo 17, habiendo terminado Sus instrucciones a los Doce en el primer día de Su visita, Jesús se prepara para irse: “Por tanto, id a vuestras casas, y meditad las cosas que os he dicho, y pedid al Padre en mi nombre que podáis entender; y preparad vuestras mentes para mañana, y vendré a vosotros otra vez” (3 Nefi 17:3). Pero cuando mira alrededor, ve el anhelo en las caras de la multitud, “Pues percibo que deseáis que os muestre lo que he hecho por vuestros hermanos en Jerusalén, porque veo que vuestra fe es suficiente para que yo os sane” (3 Nefi 17:8). Y llevaron a Él a todos los que estaban enfermos y afligidos, y Él los sanó. Pero eso no fue todo, para culminar este día celestial, Jesús les pidió que llevaran a los niños a Él. Entonces Él se arrodilló y en las palabras de un testigo:
“ Y cuando hubo pronunciado estas palabras, se arrodilló él mismo también en el suelo; y he aquí, oró al Padre, y las cosas que oró no se pueden escribir, y los de la multitud que lo oyeron, dieron testimonio. Y de esta manera testifican: Jamás el ojo ha visto ni el oído escuchado, antes de ahora, tan grandes y maravillosas cosas como las que vimos y oímos que Jesús habló al Padre” (3 Nefi 17:15–17).
En este escenario del templo, Jesús ahora bendice a los niños uno por uno, después de lo cual, “al levantar la vista para ver, dirigieron la mirada al cielo, y vieron abrirse los cielos, y vieron ángeles que descendían del cielo cual si fuera en medio de fuego; y bajaron y acercaron a aquellos pequeñitos, y fueron rodeados de fuego; y los ángeles les ministraron” (3 Nefi 17:24).
Jesús tenía una ordenanza más que realizar antes de irse ese día. Instituyó el sacramento entre los nefitas, con pan y vino que pidió que le trajeran Sus discípulos (3 Nefi 18:1-9).
Luego, Cristo proporcionaría el pan y el vino sacramental Él mismo por medios divinos ( ver 3 Nefi 20:6).
Día dos
Amanece el segundo día, y debido a los esfuerzos durante toda la noche de aquellos que fueron testigos del primer día, el pueblo se había reunido desde tan lejos como fuera posible. Los Doce Apóstoles los dividieron en grupos manejables, enseñándoles cómo orar y uniéndose a ellos en oraciones al Padre Celestial en el nombre de Jesucristo. Les enseñaron lo que Cristo mismo enseñó el día anterior, “sin variar en nada las palabras que Jesús había hablado” (3 Nefi 18:8). Los Doce nuevamente se arrodillaron para orar al Padre en el nombre de Cristo, “Y oraron por lo que más deseaban; y su deseo era que les fuese dado el Espíritu Santo” (3 Nefi 19:9).
Luego de que fueron bautizados, se les confirió este don y nuevamente los ángeles los rodearon, momento en el cual Cristo desciende para estar con ellos y enseñarles (3 Nefi 19:12–15). Jesús ofrece oraciones a Su Padre agradeciéndole por entregarles el don del Espíritu Santo y purificándolos (3 Nefi 19:16). Luego les administra el sacramento milagrosamente: “Ahora bien, ni los discípulos ni la multitud habían llevado pan ni vino; pero verdaderamente les dio de comer pan y de beber vino también” (3 Nefi 20:6–7).
En los siguientes capítulos, Cristo enseña a los nefitas reunidos acerca de las escrituras que ya poseen. Cita a Isaías y afirma Su propia Divinidad y la herencia de ellos por medio de los profetas. “En verdad os digo, sí, y todos los profetas desde Samuel y los que le siguen, cuantos han hablado, han testificado de mí. Y he aquí, vosotros sois los hijos de los profetas; y sois de la casa de Israel; y sois del convenio que el Padre concertó con vuestros padres, diciendo a Abraham: Y en tu posteridad serán benditas todas las familias de la tierra” (3 Nefi 20:24-25). Cristo predice el recogimiento de Israel cuando el Libro de Mormón salga a la luz; el crecimiento de América como una nación; y el establecimiento de una Nueva Jerusalén y el regreso de las doce tribus perdidas (3 Nefi 21). En los capítulos 22-23, Él nuevamente los exhorta a estudiar las palabras de Isaías, y a continuar con el registro de las enseñanzas y revelaciones que reciben.
Lehi y su familia salen de Israel antes de la época de Malaquías, y por esto es tan importante que Jesús les diera los capítulos de Malaquías que tratan sobre las profecías acerca de Su Segunda Venida, y la importancia de pagar diezmos y ofrendas (3 Nefi 24–25). Luego de darles estas escrituras,
las explicó a la multitud; y les explicó todas las cosas, grandes así como pequeñas. Y dijo: Estas Escrituras que no habíais tenido con vosotros, el Padre mandó que yo os las diera; porque en su sabiduría dispuso que se dieran a las generaciones futuras.
Y les explicó todas las cosas, aun desde el principio hasta la época en que él viniera en su gloria; sí, todas las cosas que habrían de suceder sobre la faz de la tierra, hasta que los elementos se derritieran con calor abrasador, y la tierra se plegara como un rollo, y pasaran los cielos y la tierra; . . . Por tanto, quisiera que entendieseis que el Señor verdaderamente enseñó al pueblo por el espacio de tres días; y tras esto, se les manifestaba con frecuencia, y partía pan a menudo, y lo bendecía, y se lo daba. (3 Nefi 26:1–3, 13)
El nombre de Su Iglesia
Hay una última cosa que es importante resaltar, y que es revelada mientras Jesús está enseñando a los Apóstoles nefitas. Ellos preguntaron: “Señor, deseamos que nos digas el nombre por el cual hemos de llamar esta iglesia; porque hay disputas entre el pueblo concernientes a este asunto.” (3 Nephi 27:3). Su respuesta es instructiva:
¿No han leído las Escrituras que dicen que debéis tomar sobre vosotros el nombre de Cristo, que es mi nombre? Porque por este nombre seréis llamados en el postrer día; y el que tome sobre sí mi nombre, y persevere hasta el fin, éste se salvará en el postrer día. Por tanto, cualquier cosa que hagáis, la haréis en mi nombre, de modo que daréis mi nombre a la iglesia; y en mi nombre pediréis al Padre que bendiga a la iglesia por mi causa. ¿Y cómo puede ser mi iglesia salvo que lleve mi nombre? Porque si una iglesia lleva el nombre de Moisés, entonces es la iglesia de Moisés; o si se le da el nombre de algún hombre, entonces es la iglesia de ese hombre; pero si lleva mi nombre, entonces es mi iglesia, si es que están fundados sobre mi evangelio. En verdad os digo que vosotros estáis edificados sobre mí. (3 Nephi 27:5–8)
Antes de irse por última vez, tal como había hecho con Juan el Amado (ver Juan 21:20–23), Jesucristo les dio una misión especial a tres de los discípulos nefitas, y al hacerlo nos enseñó más acerca de lo que sucedió con Juan:
Por tanto, más benditos sois vosotros, porque nunca probaréis la muerte; sino que viviréis para ver todos los hechos del Padre para con los hijos de los hombres, aun hasta que se cumplan todas las cosas según la voluntad del Padre, cuando yo venga en mi gloria con los poderes del cielo. Y nunca padeceréis los dolores de la muerte; sino que cuando yo venga en mi gloria, seréis cambiados de la mortalidad a la inmortalidad en un abrir y cerrar de ojos; y entonces seréis bendecidos en el reino de mi Padre. Y además, no sentiréis dolor mientras viváis en la carne, ni pesar, sino por los pecados del mundo; y haré todo esto por motivo de lo que habéis deseado de mí, porque habéis deseado traer a mí las almas de los hombres, mientras exista el mundo. Y por esta causa tendréis plenitud de gozo; y os sentaréis en el reino de mi Padre; sí, vuestro gozo será completo, así como el Padre me ha dado plenitud de gozo; y seréis tal como yo soy, y yo soy tal como el Padre; y el Padre y yo somos uno. Y el Espíritu Santo da testimonio del Padre y de mí; y el Padre da el Espíritu Santo a los hijos de los hombres por mi causa. (3 Nefi 28:7–11)
Conclusión
Esta es sólo una pequeña muestra de las enseñanzas de Jesucristo en el Libro de Mormón. Viaje de Fe, como proyecto, tiene como objetivo crear conciencia de la naturaleza central del Libro de Mormón como un testamento de Jesucristo y Su Misión Divina. El Instituto Neal A. Maxwell ha producido también una serie de 7 partes en DVD y en línea en BYU TV titulada, El Mesías: He Aquí el Cordero de Dios.[5] Se alienta al lector a examinar no sólo estos proyectos, sino el Libro de Mormón mismo.
[1] El Instituto Neal A. Maxwell tiene varias publicaciones que se relacionan con 3 Nefi, pero se debe dar un aviso especial a Andrew C. Skinner y Gaye Strathearn, eds, Third Nephi: An Incomparable Scripture (Salt Lake City: Maxwell Institute and Deseret Book, 2012).
[2] John W. Welch, The Sermon at the Temple and the Sermon on the Mount.
[3] Welch, “The Sermon at the Temple and the Sermon on the Mount: The Differences,” in Sermon at the Temple.
[4] Welch, “Appendix,”.